miércoles, 27 de febrero de 2008

Kosovo: El handball como bandera

En innumerables ocasiones se ha escuchado decir a periodistas, entrenadores, deportistas y dirigentes, sobre todo, que el deporte no tiene nada que ver con la política y no deben mezclarse, lo cual es algo ficticio e imposible de lograr. El deporte, al igual que otras expresiones, es parte integrante de una sociedad y como tal se ve afectado por la coyuntura que lo rodea, que pueden ser problemas económicos, diplomáticos, guerras, etc. Estos dichos son generalmente fogoneados por las federaciones internacionales y, especialmente, por el Comité Olímpico Internacional (COI), que ya se encargó de poner límites a los atletas para que no difundan opiniones de este tipo durante Beijing 2008.
Los ejemplos para enumerar son infinitos. Los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, que se disputaron con el apoyo de la maquinaria nazi; los Juegos Panamericanos de Buenos Aires 1951, que prácticamente fueron un acto peronista de principio a fin; la fundación del Celtic Football Club por parte de los irlandeses católicos en Escocia a mediados del Siglo XVIII, que utilizaron al club como medio de lucha contra la segregación que sufrían por parte de los protestantes, que eran la clase dominante; las selecciones de rugby, entre ellas Argentina, que durante años violaron con nombres de fantasía la veda que pesaba sobre Sudáfrica por el apartheid, son solo algunos de los casos.
Por supuesto que el handball tampoco podía estar ajeno a esta lista y con un hecho reciente como fue el reconocimiento de la independencia de Kosovo.
Un poco de historia
Para entender como es que el handball tiene un lugar importante en el nacimiento de una nación antes que nada hay que comprender el contexto histórico/social. Kosovo es un pequeño territorio de 10.887 kilómetros cuadrados que durante siglos fue pasando de mano en mano debido a la inestabilidad política propia de la zona de los Balcanes. En la actualidad tiene 550.000 habitantes que se dividen en dos grupos étnicos rivales como lo son los albaneses-kosovares, que conforman el 90 por ciento de la población, y los serbios-kosovares, que son alrededor del 10 por ciento y en el pasado fueron una amplia mayoría.
La relación entre ambas comunidades siempre fue tensa, pero durante la década del 80 las disputas se atenuaron aún más. Mientras los albaneses querían la soberanía, los serbios, que cada vez estaban más marginados, se oponían a esto y privilegiaron sus relaciones con Serbia.
Esta forzada convivencia llegó a su pico máximo cuando en 1998 tropas serbias invaden Kosovo para combatir al Ejército de Liberación de Kosovo, que habría contado con el apoyo de Estados Unidos. La guerra, que dejó un saldo de 10.000 muertos, duró hasta 1999 cuando las fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) expulsaron a los serbios y la Organización de las Naciones Unidas (ONU) tomó el poder para buscar una salida diplomática.
El domingo 17 de febrero de 2008 hubo elecciones parlamentarias cuyos resultados fueron reconocidos por Gran Bretaña, Estados Unidos y la Unión Europea, lo que trajo como consecuencia la independencia de Kosovo. Las aguas todavía no están para nada tranquilas porque a varios países de la región, con Serbia a la cabeza, ven con desagrado esta independencia porque, entre otras cosas, dicen que no se atañe a las exigencias impuestas por la ONU. El tema promete seguir para largo.
El papel del handball
Como no podía ser de otra manera, el deporte se convirtió en uno de los estandartes para los albaneses-kosovares a la hora de pedir la separación del estado serbio. En este aspecto, dos asociaciones nacionales se erigieron por sobre el resto ya que lograron la libertad deportiva. Estos son el tenis de mesa, que en unos días más pondrá el nombre de Kosovo por primera vez en un Mundial, y el handball, que por ser uno de los más populares de la zona fue el que más representó las ideas independentistas.
Para desagrado de la Federación Serbia (FSH), la Federación Kosovar (FKH) forma parte desde 2004 de la Federación Europea (EHF) como miembro asociado, lo que le da la posibilidad a los clubes de participar en competencias continentales, pero no para las selecciones, que sólo pueden jugar partidos de exhibición. En la temporada pasada seis equipos participaron en las distintas competencias europeas sin conseguir resultados relevantes. “Que Kosovo haya ingresado es inaceptable porque esta fuera de los reglamentos de la EHF”, se quejaba en su momento Bozindar Djurkovic, hoy vicepresidente de la FSH.
Por esos caprichos del sorteo, en los octavos de final de la Challenge Cup femenina se enfrentaron en febrero del año pasado por primera vez desde la disputa bélica un equipo de Serbia y otro de Kosovo. “La situación genera mucha tensión en el equipo”, explicaba Vesna Petrovic, entrenador del conjunto serbio HC Naisa Nis. Mientras que Vlaznimi Djakovia, director técnico del club kososvar KH Vellaznimi Gjakove, comentaba a los medios locales que “es un gran evento para nosotros porque vamos a representar al estado kosovar”.
Ante la delicada situación y con el clima extremadamente hostil con el que se iba a encontrar al que le tocará ser visitante, la EHF tuvo el buen tino de llevar la serie a terreno neutral. En Hungría se disputaron ambos cotejos con claros triunfos de las serbias por 42-13 en el primer choque y 46-13 en el segundo enfrentamiento.
Cuando se supo la noticia del reconocimiento internacional, las calles de Pristina, capital de Kosovo, se convirtieron en una fiesta espontánea para aquellos que querían la independencia, pero el primer evento público en el cual se vieron grandes muestras de alegría más organizadas fue durante un partido de handball.
Al día siguiente de la votación estaba estipulado el encuentro de vuelta por los octavos de final de la Challenge Cup masculina entre el KH Prishtina y el Arkatron Minsk de Bielorrusia. El resultado terminó 37-36 para los locales, que quedaron eliminados, pero en esta oportunidad poco importó el tanteador. Los 3.000 espectadores que colmaron el gimnasio (las fotos de lo sucedido grafican esta nota) fueron con el principal objetivo de festejar el reconocimiento internacional. Para ello llevaron al estadio banderas alusivas de todo tipo, entre la que se destacaba una que decía “Welcome to Independent Kosova” (bienvenida a la independencia Kosovo) y los pabellones de Albania, Gran Bretaña y Estados Unidos, dos países que ya demostraron a lo largo la historia que tenerlos como aliados puede ser tan peligroso como tenerlos de enemigos.
Como no podía ser de otra manera, la FSH no se quedó callada y emitió un duro comunicado en el cual daba su opinión sobre lo sucedido y hacía un llamamiento a sus jugadores para que jueguen con un brazalete negro para “llamar la atención de este acto criminal”. Además, la nota agrega que “se expresará el desacuerdo eterno de Serbia con la decisión de la separación ilegal de Kosovo”. Para cerrar, y aunque no hacía falta, se aclara que le pondrán todas las trabas posibles al ingreso definitivo de la FKH a la Federación Internacional
y a la EHF porque “la declaración de independencia no puede ser fundamento para tomar una decisión sobre la afiliación de Kosovo”.
Ahora la gran meta que persiguen los deportistas es poder representar a su país en los próximos Juegos Olímpicos. Todo parecería indicar que no lo lograran porque para que un nuevo comité olímpico ingrese al COI el país debe estar reconocido por la ONU (¿cómo era eso de que el deporte y la política no deben mezclarse?). Lo que piden los atletas, todos ellos de deportes individuales, es recibir una invitación y competir bajo la bandera olímpica, tal como sucedió con los deportistas de la ex URSS en Barcelona 1992 y en Sydney 2000 con
Timor Oriental, en este caso porque la nación que no era reconocida.
Se puede estar de acuerdo o no con la separación de Kosovo como provincia de Serbia, pero una vez más, en este caso el handball, el deporte dio muestras de que pude servir como medio de expresión para lograr que un pedido, injusto para algunos, justo para otros, se escuche con más fuerza.

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